LOS EMPLEADOS DESEAMOS QUE RECUERDEN NUESTROS NOMBRES

La empresa Central de Transporte en la cual dominaba Andrew Carnegie (Empresario multimillonario), luchaba contra la compañía que dominaba George Pullman (Industrial e Inventor, conocido por  crear los vagones dormitorios en los trenes).
Las dos empresas pugnaban por proveer de vagones dormitorios al ferrocarril Unión Pacífico; rebajaban los precios, destruían toda posibilidad de beneficio para la firma que obtuviera el negocio. Carnegie y Pullman habían ido a Nueva York para ver, cada uno por su cuenta al director del ferrocarril.

Una noche se encontraron en el Hotel St. Nicholas y Carnegie dijo:
–  Buenas Noches, Sr. Pullman. ¿No le parece que estamos procediendo como un par de tontos?
–  ¿Por qué?
Entonces Carnegie expresó las ideas que tenía: una fusión de las dos empresas. Habló con enorme optimismo de las ventajas mutuas que se desprenderían de la cooperación, en lugar de la pugna. Pullman escuchó atentamente, pero no se quedó del todo convencido. Por fin preguntó:
–  ¿Qué nombre tendría la nueva firma?
–  Pues, la Pullman Palace Car Company, por supuesto. Se le iluminó el rostro a Pullman.
–  Venga a mi habitación -dijo- . vamos a conversar del asunto.
Esa conversación hizo historia en la industria de los Estados Unidos.

Esta política de Andrew Carnegie, de recordar y honrar los nombres de sus amigos y allegados, fue uno de sus mejores secretos.
Como empleado, cuando caminamos por el pasillo y vemos que el Gerente Ejecutivo de la empresa (que además es parte del Directorio de accionistas) pasará por nuestro lado, con todos los nervios y el estrés que el acontecimiento merece, nos nace la siguiente pregunta: ¿Lo saludo? o ¿Finjo no haberlo visto?
Como se sentiría usted, si con una gran sonrisa, el gerente voltea hacia donde se encuentra y con una voz calmada y asertiva, le extiende la mano y lo saluda por su nombre. Siendo honestos (aunque no queramos admitirlo) muchas veces este tipo de recompensas supera y por mucho, el cobro del sueldo, aguinaldo o cualquier otra retribución económica. Este tipo de acciones por parte de nuestros superiores, nos hace sentir útiles y apreciados.
El hecho de recordar el nombre de otra persona, es un pequeño acto que tiene un gran significado:
El recordar el nombre refleja que nos importa esa persona, que la apreciamos,  que confiamos en ella, que valoramos los actos que realiza, que le regalamos nuestra amistad, que gastamos nuestro tan preciado tiempo para memorizar su nombre,  que nos sentimos muy familiarizados con esa persona y que forma ya parte de nuestra vida cotidiana.
El viejo empresario artista circense estadounidense P. T. Barnum, tan mundano, tan rudo, decepcionado porque no tenía hijos que conservasen su apellido, ofreció a su sobrino C.H. Seeley, veinticinco mil dólares si se agregaba el nombre de Barnum. Las personas sienten tanto orgullo por sus apellidos, que tratan de perpetuarlos a cualquier costa.
Karen Kirsch, asistente de vuelo de la TWA (Una de las mayores aerolíneas de la historia estadounidenses), se hizo la costumbre de memorizar la mayor cantidad posible de nombres de los pasajeros que debía atender, y usar esos nombres al servirles. Esto dio por resultado muchas felicitaciones a su servicio, tanto a ella como a su aerolínea. Un pasajero escribió: “Desde hace tiempo no usaba la TWA para mis viajes, pero en adelante no pienso viajar en otra compañía. Me han hecho sentir que son una compañía muy personalizada y eso es muy importante para mí”

Probablemente sea difícil grabarse el nombre de todos los obreros si dirige una fábrica, pero aunque usted no lo crea, grabarse el mayor número de votantes posibles era una táctica muy utilizada entre los políticos, en las elecciones a principios del siglo XX, los candidatos más audaces se grababan los nombres de todos los votante, los nombres de toda su familia (incluido el de sus mascotas), el nombre de la empresas donde trabajaban y hasta sus direcciones postales.
Napoleón III, emperador de Francia y sobrino del Gran Napoleón, se glorificaba de que a pesar de sus múltiples obligaciones reales, recordaba el nombre de todas las personas a quienes conocía.
¿Su técnica muy sencilla. Si no oía claramente el nombre, decía “Lo siento. No oí bien”. Después, si el nombre era poco común, preguntaba cómo se escribía. Durante la conversación, se tomaba el trabajo de repetirlo varias veces y trataba de asociarlo en la mente con las facciones, la expresión y el aspecto general del interlocutor. Si la persona era alguien de importancia, Napoleón se tomaba más trabajo aún.

Recuerde: “Para toda persona su nombre, es el sonido más dulce e importante en cualquier idioma”

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